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Transplante de córnea: una experiencia inolvidable

Por: Mercedes Díaz. Publicado en el Diario Frontera:
Mérida, 23 de Enero de 1994

Era la primera vez en mi vida que entraba, como
espectadora, a un pabellón de cirugía. Debo confesar
que ciertas dudas y prejuicio sensoriales me asaltaron
momentos antes. Pero lo atractivo y apasionante de la
experiencia me decidieron a presenciar la operación
que, en este caso, se trataba de un transplante de
córnea.

He aquí la secuencia de lo sucedido, observado y
sentido durante aproximadamente una hora, tiempo que
duró la intervención.

Ingresé al quirófano momentos antes de iniciarse la
operación. Un ambiente claro, espacioso, pulcro, con
amplios ventanales que lo hacían luminoso y acogedor.

El paciente estaba ya preparado. Se ve relajado, con
una expresión serena y plácida en el rostro (la
anestesia fue de tipo local).

El cirujano y su equipo están listos para dar inicio a
la operación. Mi mente observaba con suma atención y
concentración todos los detalles.

Unas manos finas, con una liviandad y precisión
sorprendentes, manipulan los instrumentos, se acercan,
trabajan y se alejan del ojo inmovilizado, que tiene
la apariencia de uno de juguete. Se procede a retirar
la cornea del paciente.

Tal vez por la belleza de los movimientos y por la
música clásica que se escuchaba en el ambiente, tuve
la sensación y el disfrute de verlos como una danza
ritual o un ballet. Los dedos y los instrumentos se me
parecieron a los cuerpos, casi etéreos, de danzarines
que evolucionaban flotando en el espacio. Tal era la
liviandad, armonía y presiciòn de todo aquel trabajo.

Mi vista iba constantemente del rostro tranquilo del
paciente al del médico, cuya expresión de una
concentración y apasionamiento en lo que hacía, al
igual que una sensación de disfrute y de goce que
emanaba del rostro ante el admirable trabajo que
realizaba. Me hizo pensar que esa debía ser la imagen
de un artista creador dando los últimos toques a su
obra maestra.

Pero el momento más extraordinario y emocionante de
ese proceso se produjo cuando el médico colocó la
nueva cornea. Fue tan bello  y suave que el movimiento
de entrada y deslizamiento en el ojo, que más parecía
una gota de rocío cayendo en el pétalo de una flor o
una gota de lluvia en nuestro rostro.

Inmediatamente el cirujano procedió a fijarla en su
sitio, cociéndola con un hilo tan fino como la tercera
parte de un cabello. A los pocos minutos toda había
concluido y el paciente abandonaba el quirófano, la
clínica, caminando confiado en que después de unos
días de reposo y un tiempo de espera su dicha sería
grande al constatar que cada vez verá mejor, hasta
alcanzar una visión óptima.

Ante este prodigio de transplante no pude evitar
reflexiona sobre lo hermoso, humano, solidario y
sublime que es el acto de donación de organos. Como la
cornea de un ser que abandona este mundo puede
producir el milagro de vivir en oro ojo enfermo y
restituirle la visión del mundo, de sus semejantes y
de todas las cosas, hechos y situaciones que
constituyen su vida.

Que acto de amor a Dios y al prójimo más profundo,
grande y generoso es este de donar una ínfima parte de
nuestro organismo a otro ser humano, quien podrá
realizarse plenamente y sentirse más feliz, seguro y
útil a sus semejantes y a la sociedad a la que
pertenece.

NOTA: Esta operación fue realizada por el Doctor.
George Antzoulatos en el Instituto de Cirugía
Ambulatoria de San Cristóbal, Estado Táchira,
Venezuela.

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